Himno al Amor:
“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.
Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor”.
Carta de San Pablo a los Corintios 13, 1-13
Hoy me he acordado de este pasaje, el que elegimos para nuestra boda y he pensado en aferrarme a ello, aunque sea solamente por un día. El AMOR es tan grande que sobrepasa todas las barreras, incluso las físicas.
viernes, 11 de junio de 2010
miércoles, 9 de junio de 2010
9 de junio de 2010
Sí, es cierto, mucho tiempo sin decir nada... Y sí, había mucho que decir, muchas cosas que contar, pero pienso que no lo hice por miedo a que algún día al leerlo me pudiera sentir mal, avergonzarme o, simplemente, recordar estos momentos que una quiere que desaparezcan a la vez que el sólo pensamiento de que eso ocurra se clava como un puñal en el corazón y, cómo no, en el vientre.
Confieso que he tenido miedo, que he sabido lo que es perder totalmente el control sobre mi vida, mis actos y mi pensamiento. Ha sido un proceso lento, lleno de altibajos y de presión, mucha presión para que me recuperara. No era el momento para muchas de las cosas que hice. Y no es culpa de nadie, sólo mía, el que me mostrara más fuerte de lo que en realidad era para seguir adelante. Es verdad, no soy más que un ser humano. Y además ahora lo soy desde la parte más irracional, desde las entrañas, desde el fondo mismo. Me siento como una niña que aprende de nuevo a andar y que cae continuamente mientras ve la vida pasar por su lado y la impotencia la paraliza.
Lo más triste es ver cómo el mundo sigue girando y yo me quedo contemplando esa vida como si no formara parte de ella. Cuando me cuelo por casualidad en uno de esos vagones abarrotados de gente, apenas llego a la siguiente estación, salto y me refugio en el primer rincón de soledad. Y entonces empieza la pesadilla: la sangre, el dolor, el miedo, la ambulancia, "no hay latido", gente con mascarillas corriendo y arrancándome la ropa, la mesa fría, la mascarilla de oxígeno, las lágrimas de David, el rostro de mi bebé muerto... Una y otra vez, una y otra vez, sin parar. Siento como me ahogo, como se me escapa la vida, me veo en la UCI, la cara de preocupación de todos, el inmenso dolor de aquello que no se puede expresar, el no saber dónde está mi niño... No le pude dar el final que merecía y no descanso pensando que no es justo, que al menos merecía saber dónde está y poderle llevar flores y cantarle una nana en su sueño eterno. Le necesito y me agarro a los coletazos de lo terreno, porque todo lo demás es incierto, es inalcanzable...
NO SOY FELIZ, me siento atrapada en una rutina que me agobia y sólo quiero estar sola. Cuando me aislo, por un instante siento paz, pero al siguiente me siento la peor de las personas, porque no puedo perderme ni un segundo del hijo que me queda, de mi precioso niño que sufre por mi causa, porque no soy capaz de darle lo que se merece tanto, porque no soy capaz ni de dármelo yo misma. Y en medio de este infierno, pasa el tiempo y yo me quedo, me alejo de la realidad mientras me desplazo por ella.
Empecé la búsqueda y apenas pienso en ello. Me limito a tomarme el tratamiento y ya está. Ni siquiera me deprimo cuando me viene la regla. Siento ilusión de vez en cuando, pero lo justo hasta que de nuevo empiezan las pesadillas, de noche o de día. Trato de imaginar el momento en que me quede embarazada, las cosas que haremos, el día en que nazca... Y entonces, de nuevo, veo la muerte, el dolor, la desesperación. Lo escribo y lloro, y me ahogo, y no sé cómo superarlo.
Confieso que he tenido miedo, que he sabido lo que es perder totalmente el control sobre mi vida, mis actos y mi pensamiento. Ha sido un proceso lento, lleno de altibajos y de presión, mucha presión para que me recuperara. No era el momento para muchas de las cosas que hice. Y no es culpa de nadie, sólo mía, el que me mostrara más fuerte de lo que en realidad era para seguir adelante. Es verdad, no soy más que un ser humano. Y además ahora lo soy desde la parte más irracional, desde las entrañas, desde el fondo mismo. Me siento como una niña que aprende de nuevo a andar y que cae continuamente mientras ve la vida pasar por su lado y la impotencia la paraliza.
Lo más triste es ver cómo el mundo sigue girando y yo me quedo contemplando esa vida como si no formara parte de ella. Cuando me cuelo por casualidad en uno de esos vagones abarrotados de gente, apenas llego a la siguiente estación, salto y me refugio en el primer rincón de soledad. Y entonces empieza la pesadilla: la sangre, el dolor, el miedo, la ambulancia, "no hay latido", gente con mascarillas corriendo y arrancándome la ropa, la mesa fría, la mascarilla de oxígeno, las lágrimas de David, el rostro de mi bebé muerto... Una y otra vez, una y otra vez, sin parar. Siento como me ahogo, como se me escapa la vida, me veo en la UCI, la cara de preocupación de todos, el inmenso dolor de aquello que no se puede expresar, el no saber dónde está mi niño... No le pude dar el final que merecía y no descanso pensando que no es justo, que al menos merecía saber dónde está y poderle llevar flores y cantarle una nana en su sueño eterno. Le necesito y me agarro a los coletazos de lo terreno, porque todo lo demás es incierto, es inalcanzable...
NO SOY FELIZ, me siento atrapada en una rutina que me agobia y sólo quiero estar sola. Cuando me aislo, por un instante siento paz, pero al siguiente me siento la peor de las personas, porque no puedo perderme ni un segundo del hijo que me queda, de mi precioso niño que sufre por mi causa, porque no soy capaz de darle lo que se merece tanto, porque no soy capaz ni de dármelo yo misma. Y en medio de este infierno, pasa el tiempo y yo me quedo, me alejo de la realidad mientras me desplazo por ella.
Empecé la búsqueda y apenas pienso en ello. Me limito a tomarme el tratamiento y ya está. Ni siquiera me deprimo cuando me viene la regla. Siento ilusión de vez en cuando, pero lo justo hasta que de nuevo empiezan las pesadillas, de noche o de día. Trato de imaginar el momento en que me quede embarazada, las cosas que haremos, el día en que nazca... Y entonces, de nuevo, veo la muerte, el dolor, la desesperación. Lo escribo y lloro, y me ahogo, y no sé cómo superarlo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)