jueves, 15 de julio de 2010

Hasta siempre

Probablemente ésta sea la última entrada de este blog que empecé con tanto amor e ilusión. Releo lo que escribí en estos años de sentimientos encontrados y creo que es hora de poner el punto y final.

No vengo por un impulso, al menos no esta vez. Vengo tras haber meditado y tras haber cambiado algo fundamental en mí. No ha sido un proceso rápido, sino progresivo y a base de mucho sufrimiento. He sido sincera en mis acciones y en mis reacciones, he vivido intensamente las alegrías y las penas, he soñado hasta quedarme sin sueños. Y cuando, finalmente, me he quedado vacía, ¿qué me queda?

Ayer, como es de imaginar, perdí a mi bebé. Bebé, qué palabra tan simple y tan bella a la vez. Se ha llegado a convertir no en una palabra, sino en la palabra. Y viendo como se perdía entre mis muslos de nuevo lo que más deseaba, sintiendo que mis lágrimas eran viejas y que la tormenta se avecinaba de nuevo..., decidí cambiar mi rumbo. He entendido que este barco no me lleva a tierra firme y el mareo es demasiado intenso ya en alta mar. Es hora de coger bien fuerte el timón y sentir de nuevo como el viento fresco de la vida, en ocasiones a favor, en ocasiones en contra, me lleva no a un paraíso soñado, pero sí a la línea de salida.

Hoy no vengo a hablar de lo que siento físicamente, ni siquiera de lo que he llorado ante esta nueva desilusión, sino a explicarme, aunque sea a mí misma, que he alcanzado un punto de inflexión, que debo parar y sentarme a pensar en lo que es hoy por hoy importante.

La maternidad ha sido para mi un camino dulce a la vez que espinoso. Xavi fue un regalo de la vida en el peor de los momentos. Y lo disfruté tanto, a sabiendas de lo mucho que me había dado el cielo al permitir que viviera cuando todo estaba en nuestra contra. Fueron momentos de mucho dolor, tanto físico como mental, pero con un final dulce. Habíamos ganado, ahí estaba mi precioso hijo venciendo a todos los malos augurios.

Si pudiera detener el tiempo, lo haría precisamente en ése momento, antes de que todo empezara a torcerse. No fuimos lo suficientemente valientes como para que nos resbalasen los comentarios de los demás. Si por nosotros hubiese sido, enseguida hubiésemos repetido. Sin embargo, decidimos escuchar a los “mayores” y dejarlo hasta que Xavi tuviese tres años, como si una cifra fuese tan importante. Me sentí frustrada entonces y me siento más frustrada ahora. Lo deseaba intensamente y, sin darme cuenta, ese lapso de tiempo absurdo se convirtió en un via crucis, marcado no solamente por la espera de la espera, sino por los acontecimientos que se precipitaban.

Luego llegó el momento en que empiezo esta historia. Y han pasado más de tres años desde entonces. He visto crecer a mi niño, disfrutar de la vida, ser feliz, aprender a leer y escribir, graduarse en infantil, besarme hasta dejarme sin aliento, acariciar mi vientre lleno del latido de su hermano, llorar desgarradoramente ante su muerte, asumir la importancia de lo ocurrido y ayudarme a salir adelante. Le amo, le amo tanto como para detenerme y decir BASTA. Quiero ser yo la que presencie cada una de sus expresiones, de sus suspiros, de sus bostezos... Quiero ser yo la que antes de dormir siga contándole historias divertidas y que me siga pidiendo nuestro momento especial con esos ojos que siempre han iluminado mi vida.

No sé por qué he tenido que vivir estas pérdidas, sobre todo la de Joel. Ni siquiera me propongo seguir pensando en el motivo, porque creo de verdad que no lo hay. Los médicos me harán todas las pruebas necesarias y es probable que encuentren a donde agarrarme, pero yo hoy decido agarrarme a Xavi, a David y a mi gente. Alguien que sufrió tanto como yo dijo aquello de que a veces donde se espera la vida, se halla la muerte. Cuando tenga que dar vida de nuevo, si es que eso ocurre otra vez, quiero que la historia que cuente sea bella y que cuando la relea sienta paz y armonía. No borro mi trayectoria, pero dejo unas hojas en blanco para que algún día pueda recuperar lo que ahora no tengo: ilusión.

Me despido llena de agradecimiento a todas vosotras, que habéis sido un apoyo enorme y que os habéis puesto tantas veces en mi lugar para ayudarme. No os olvidaré nunca, pero de momento me despido, es hora de vivir.

No siempre las historias tienen un final feliz...

A Joel, que se quedó en mí hace ocho meses, tres semanas y tres días.

sábado, 10 de julio de 2010

30 de junio de 2010

Querido Joel,

Te escribo esta carta que nunca recibirás para decirte que vas a tener un hermanito o hermanita. Ha sido, no una sorpresa, pero sí una sensación desconocida de contención a la vez que de alegría. La ilusión y el disfrute ya son otra cosa, porque creo que ésa es la parte que se fue cuando te marchaste. Para mí el embarazo que ahora empieza no es más que el puente hacia una nueva vida, pero ya nunca más una situación de ternura y esperanza emborrachada de triunfalismo. Amo a este nuevo bebé con la misma intensidad que a ti y que a Xavi, pero mientras no le tenga en mis brazos no quiero pensar demasiado, ni sentir tanto como contigo, sino tan sólo que pasen estos meses de angustia lo más rápidamente posible y que esta historia empiece a escribirse como corresponde: desde su piel hacia la mía.

Quiero pensar que algo de ti estará ahí, que velarás por nosotros y que no permitirás que el dolor tiña de negro nuestras vidas que tanto han cambiado desde aquel fatídico día en que dejaste mi seno y te arrancaron para siempre de mí. Te quiero, hijo mío, te quiero con toda mi alma. Nadie ocupará tu lugar, ni habrá un segundo hijo que no seas tú. Y hasta el último de mis días te tendré en mi pensamiento y en mi corazón.

Ahora sé que no tengo que pedirte perdón, porque mi pena la pagué con creces durante mucho tiempo. No pude hacer nada por salvarte, puesto que ni mi vida pude entregar por ti. Sin embargo, he pagado con el dolor físico y el mental una sentencia que tú no me impusiste. Hoy vengo a darte las gracias, porque me has cambiado, porque me has hecho mejor persona y porque tu paso por nuestras vidas ha sido precioso y siempre lo recordaremos por eso. El dolor no eras tú. Tú eras la luz y el camino llano que conduciría mi vida. Gracias, Joel, porque ahora sé bien el valor del amor.

Algún día, nos volveremos a encontrar en la misma luz en la que te dejé y te abrazaré para siempre, pero mientras tanto voy a mirar hacia delante y a seguir soñando con los pies un poquito más en la tierra.

Tu madre que te quiere,

Paty