Han pasado más de cinco años desde el último post y no pensé nunca que volvería a escribir una palabra más aquí. Sin embargo, aquellas hojas que un día decidí dejar en blanco, hoy cobran sentido y hacen que venga al espacio en el que nunca me sentí juzgada y en donde fui tan libre para explotar de rabia y desesperación.
Me fui pensando que mis palabras, leídas todas juntas, eran una canción demasiado triste y monótona. Hoy las releo, y me descubro a mí misma, a la persona que era y en la que me he convertido. Y realmente veo mi corazón abierto en canal, todo aquello que he ido sintiendo sin filtros ni cortapisas. Siento que quizá mis palabras puedan ayudar a alguien en mi misma situación, pero si tuviera que dar un consejo sería que cada persona es distinta y no hay una guía del duelo que sirva para todos. La mejor ayuda que nos podemos dar está en nosotros mismos, tan sólo hay que dejar que el tiempo pase y permitirnos las despedidas, las palabras, las luchas, todo aquello sin lo cual sentimos que no podemos vivir.
Mi hijo del agua, mi estrella, mi querido Joel, partió en silencio, pero en un silencio tan potente como miles de instrumentos tocando a la vez. El dolor que me dejó su muerte fue lo más amargo que he tenido que vivir y daba igual lo que dijesen, daba igual la terapia, las miradas de pena, los silencios condescendientes, porque tenía que pasar mi duelo. Y no sólo yo, sino también mi marido y mi pequeño hijo. Nos cogimos de la mano y del corazón y construimos un nuevo presente, una vida nueva. Y a pesar de que, tal como escribí en las últimas entradas del blog, fue un principio difícil, lleno de nuevos obstáculos y de ilusiones en montaña rusa, hoy la luz del sol vuelve a brillar.
En abril de 2011, hoy hace justo seis años, llegó nuestra bebé arcoiris, una preciosa morenita tan parecida a nuestro ángel... Su alegría, su sonrisa y su amor nos devolvieron las ganas de seguir adelante. Fue un embarazo lleno de miedo, de recuerdos, de intentar no ilusionarme por si acaso, pero sobre todo fue una cura y un renacer de madre. Como las otras dos veces, cerca de la semana 36 algo empezó a torcerse. Sin embargo, la ginecóloga que me llevó el embarazo decidió que era mejor unos días en incubadora que arriesgarnos a perderla y, así, en la semana 35+5 llegó mi "manzanita" con su carita redonda a enseñarme que la vida puede abrirse paso incluso en las peores condiciones.
Y cuando creíamos cerrada nuestra familia, llegó inesperadamente nuestra última alegría, Althea, en noviembre de 2013. Recien cumplidos los cuatro años de la partida de Joel, en la misma época y con un carácter fuerte, recibí también en la semana 36 a mi rubia revoltosa.
Podría parecer que las heridas del pasado, sin más, se cierran cuando se cumplen los sueños. Es verdad que el sufrimiento se va calmando y queda el dolor de la pérdida y el recuerdo de los buenos tiempos junto a la imagen de los más trágicos. Sin embargo, tras la partida de un hijo ya nada vuelve a ser igual, no se ve la vida como antes, se valoran otras cosas... Y había una página en nuestro libro que quedaba por escribir. La dejé en blanco porque no era capaz de plasmar en aquel momento lo que oprimía mi corazón. Quizá tenía miedo de que algún día lo leyeran mis hijos o mi marido y pudiera romperles el alma. ¿Cómo podría hacerle eso a las personas que más amo cuando vivir yo esa agonía ya era insoportable?
"Volviendo a aquel horrible día 21 de octubre de 2009, la imagen de su mujer, su hija, su hermana, su amiga, tumbada en la blanquísima cama de la UCI, con los cabellos enmarañados y la mirada perdida en la tez pálida, sin apenas poder hablar y las lágrimas brotando sin cesar. Los médicos pendientes de ella, peleando por la única vida que les quedaba por luchar, a sabiendas de que ella no la quería ya. En esas circunstancias estaba él, rodeado de la familia de ella, pero sintiéndose solo, faltándole el abrazo de su propia familia. Acababa de perder a su hijo y su mujer estaba en peligro. Y de repente tenía que ser él quien decidiese qué hacer con el cuerpecito de su ángel. Siempre era ella la que tomaba el timón y hacía que todo fluyese. ¿Ahora qué?
Se lo dijo delicadamente, con tanta suavidad que apenas era audible. Ella observó su dolor y su soledad y olvidó sus propios demonios para liberar a los que acechaban a su amor. Le facilitó el camino que tenía que recorrer y se condenó ella misma, probablemente para siempre.
Así fue como su precioso bebé del agua pasó a manos del hospital y éste se hizo cargo de su cuerpo sin vida. Y así fue como el alma de una madre se rompió poco a poco en mil pedazos.
Conforme iba pasando el tiempo, la necesidad de despedirse, de celebrar un homenaje con la dignidad que su hijo merecía iba oprimiéndola más y más. El dolor llevó el rencor a su corazón, el rencor hacia su marido, porque sentía que había sido un cobarde tomando la salida más fácil. Y qué difícil es amar a alguien y a la vez odiarle. Qué difícil sentir esa rabia y no podérselo decir, porque el amor por él y la necesidad de cuidarle estaba por encima de todo...".
En dos ocasiones, una en persona y otra por escrito, le solicité al hospital información acerca de lo que se hizo con el cuerpo de mi hijo. Pero en ninguna de las dos me dieron respuesta. Y mientras la herida se abría inexorablemente.
Pero al fin, después de más de cinco años, encontré a las Madres Libélula, la Plataforma por la dignidad del nasciturus fallecido. De vez en cuando veía su página y pensaba que no estaba sola en ese dolor tan intenso. Hace unos meses, la noticia de que la madre de Eloi había logrado encontrar el lugar donde descansaba su bebé del agua, gracias a la asociación, hizo que una pequeña esperanza renaciera en mí. ¿Podría ser yo una de esas madres?
En cuanto me puse en contacto con ellas, tuve la sensación de que al fin podría cerrar ese capítulo. Fueron unas semanas de dudas, de remover viejos recuerdos, de pensar que nunca llegaría el final. El hospital, tras recibir la petición un poco reticente, empezó a interesarse y a colaborar. En poco tiempo teníamos la funeraria que se había hecho cargo. Ahí fue cuando el proceso se ralentizó, porque el tanatorio tenía que buscar en archivos considerados antiguos y no quería aportar una información que no tuvieran contrastada.
La noche del 31 de marzo, el mensaje de Mònica hizo que el corazón se me saliera del pecho. Habían encontrado a Joel.
Cuando la llamé apenas me salía la voz. Me contó que todas las partes habían sido muy amables y se habían implicado en mi caso. El cuerpo de mi niño había sido incinerado y sus cenizas llevadas a otro tanatorio del mismo grupo, donde se habían depositado en la Pirámide del Recuerdo. No me podía creer que tenía el sitio, que tenía el momento delante de mi, que podía ser libre.
Ayer pusimos rumbo a aquel sitio tan bello. En un rincón de un precioso jardín y con una paisaje maravilloso de fondo, estaba la pirámide. Allí pudimos al fin dejarle unas flores y susurrarle el amor que sentimos por él, pedirle perdón por no haberle sabido proteger, decirle que nunca más estará solo. Lloramos juntos los tres mientras las niñas jugueteaban alrededor, como debía ser, con la naturalidad que siempre tuvo que haber. Ahora estamos juntos, aunque sea así. Ahora ya no hay rencor, sólo amor. Te amo, mi ángel, más aún ahora que me has guiado hacia la paz.
Ayer empecé de nuevo, porque finalmente encontré la escalera hacia tu cielo.
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