miércoles, 23 de septiembre de 2009

23 de septiembre de 2009 (32+1 semanas)

Hoy quiero dedicar el post a Xavi, a mi tesorito mayor. El pobre está un poco nervioso últimamente, pero no es para menos, dentro de nada va a compartir cosas que seguro que ni imagina. Supongo que el hecho de tener ya casi cinco años y medio afectará, porque es muy espabilado y siempre ha sido un niño muy adelantado. Sé que se va a dar cuenta de todos los cambios y que los va a asumir un poco a contrapie. No voy a negar que eso me preocupa bastante, porque me apena que, aunque sea por un sólo momento, pueda creer que le queremos menos.

Cada día me confieso más enamorada de esa carita, de esa enorme mirada cristalina y de esa sonrisa picarona que tiene. Nuestro camino se inició con facilidad, fue desearle y venir a nosotros, como el mejor de los regalos en un momento muy dulce de nuestra relación. Llevábamos pocos meses viviendo juntos, pero nos amábamos con una intensidad tan grande que necesitábamos completar las piezas de nuestro particular puzzle.

Recuerdo aquellos primeros momentos con mucho cariño e, incluso, con nostalgia. Necesitamos dos tests para saber que ya teníamos nuestra recompensa en camino. Pero, claro, no todo podía ser perfecto. El embarazo fue difícil, pasando de la amenaza de aborto a la de parto prematuro por un acortamiento del cuello uterino. Y así me vi postrada en la cama más de cinco meses, esperando lo mejor y temiendo lo peor. Me rodeé de la inestimable ayuda y compañía de mi madre, a la que nunca agradeceré bastante los momentos que ha compartido conmigo siempre, dándome todo su apoyo y queriéndome como sólo una madre es capaz de querer. Y, por supuesto, ahí estaba mi amor, el hombre que me enseñó lo que es dar y recibir en la misma medida. David se volcó en mí, en el embarazo, en que todo fuera lo más perfecto posible dentro de nuestras limitadas posibilidades. Gracias a ellos, retengo en mi memoria recuerdos de aquellos meses de espera inolvidables: los juegos de mesa a mi alrededor, sentados en la cama, las charlas de horas, la Navidad rodeada de un enorme árbol y un belén precioso dentro de la habitación, las meriendas allí metidos...

Cuando decidieron ingresarme por la tensión alta, creí que era una liberación, que al fin podría abrazarte y ser realmente feliz. Estuve una semana ingresada hasta que decidieron inducirme el parto. En aquella época, con23 años a mis espaldas, pensaba que había que decir que sí a todo lo que dijeran los médicos. No me informé de nada, hasta el límite de no saber ni qué pasaba con la tensión alta. Estando allí entendí lo que suponían muchas cosas, pero también que no siempre hay que hacer las cosas por protocolo.

Aquel día, el 28 de abril de 2004 por la mañana, me llevaron a dilatación y me pusieron prostaglandinas para iniciar el parto. Apenas un par de horas más tarde, empezaron las contracciones de forma suave. Reconozco que mi umbral del dolor estaba bastante alto y que en ningún momento me sentí morir. Fueron muchas horas de ir y venir para comprobar que el parto se iniciaba. A las 19 horas me dejaron sola en una sala de dilatación con la luz tenue y con la condición de permanecer boca arriba en todo momento, para así no entorpecer el monitoreo continuo al que me sometieron durante horas.

Recuerdo las inyecciones que iban metiendo en el gotero como en un sueño. Cada vez me costaba más abrir los ojos, pero sentía cómo aumentaba la intensidad de las contracciones. Me empezó a invadir una extraña sensación de vergüenza por no ser capaz de mantener la consciencia en un momento tan importante. Sí, me sentía culpable, sin saber que el cocktail que me administraban cada poco era el culpable de mi lamentable estado de semiconsciencia.

A las 22 horas, me dijeron que estaba dilatada de 4 cm, que me rompían la bolsa y que entraría mi marido. Me había dolido tanto la introducción de la tira de prostaglandinas por la mañana, que al ver la varita mágica con la que iban a romper el estado de bienestar de mi bebé, me puse tensa. Tuvieron que sujetarme para poder separarme las rodillas, porque ni yo misma controlaba ya mis nervios y mi propio cuerpo.

Cuando llegó David, me relajé al sentir su presencia y su respetuoso silencio. Al momento, me dieron un consentimiento para la anestesia epidural. Aunque en aquel momento seguía soportando muy bien el dolor de las contracciones, tenía muy claro que quería ponérmela y firmé sin apenas leer nada. De hecho, estaba tan drogada a esas alturas, que poco podía ver con claridad. Y no se hicieron de rogar para ponérmela.

En poco tiempo sentí cómo se me adormecían las piernas y un ligero bienestar en la parte baja del vientre. Así pasaron las siguientes horas, sintiendo las contracciones algo atenuadas, pero sintiéndolas al fin y al cabo.

En un momento dado, sentí ganas de empujar y la matrona comprobó que estaba dilatada 8 cm, por lo que me enseñó a empujar en la posición en que me encontraba. Me concentré en realizar ese trabajo con la mayor de las diligencias, mientras David trataba de acompañarme. Poco podía hacer en ese momento, en que no permití ni una caricia, ni el más mínimo contacto que me distrajera de "mi tarea". Lo que sí recuerdo con emoción son sus escasas palabras ("eres una campeona", "estoy muy orgulloso de ti"...). Creo que fue lo que más fuerzas me dio. El hecho de demostrarle que podía hacerlo, que tenía la fuerza suficiente para superar eso y lo que se me pusiera por delante.

Pasada la medianoche, y ya entrando en el 29 de abril, me llevaron al paritorio. Momentos antes, me habían hablado de una posible cesárea porque temían que mi bebé había perdido bienestar. Obviamente , hubiera aceptado cualquier cosa con tal de que estuviera bien, pero me alegré de que no fuera finalmente necesario. Lo que nadie me quitó fue el miedo de pensar que algo pudiera salir mal y de que se llevaran a mi hijo corriendo. No dejaban de advertirme de que sería muy pequeño y que podía necesitar cuidados al nacer.

David se quedó fuera, sentado y mirando el infinito. Le habían dejado fuera y a mi sola entre tanta gente desconocida. Recuerdo entre nubes que me dio miedo. Me asustó aquel ambiente frío, con luces intensas y el metal duplicando la imagen que siempre soñé idílica.

Pedí la oportunidad de empujar antes de que me metieran la ventosa. Así, esperé a que llegara la contracción, me agarré de las barandillas del potro y empujé con todas mis fuerzas. Lo que no esperaba fue que la ginecóloga se montara encima de mi barriga para "bajar" al bebé. Me impresionó y me bloqueó, no sólo por la violencia que sentí, sino porque Xavi coronó de forma abrupta y la sensación de ahogo fue tan terrible que me convertí en una muñequita llorosa, implorando clemencia y sintiéndome cada vez más pequeña.

En menos de lo que canta un gallo, me colocaron la ventosa y yo me quedé mirando fijamente el reflejo metálico de la lámpara. Apenas recuerdo nada más. Sólo el calor diminuto y cubierto de grasilla encima de mi vientre y el cordón cortito. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que "eso" era mi amado hijo. Supongo que el aturdimiento al que me sometieron durante horas fue el detonante de que el momento más feliz de mi vida permanezca en una dolorosa oscuridad.

Lo separaron de mí para reconocerle y en ningún momento me lo dieron en brazos, ni me animaron a darle el pecho... Cuánto lamento que empezáramos así! me siento realmente culpable de no haber hecho lo que realmente deseaba, que era abrazarte y besarte con todas mis fuerzas, darte calor y ser la madre que merecías, Xavi.

Pero quiero que sepas que, aunque las cosas empezaran mal, siempre has sido mi luz, la fuerza de nuestras vidas. Te amo tanto que a veces siento un vuelco en el corazón al ver tus preciosos ojos, cuando lloras, cuando eres feliz, cuando me besas, cuando me abrazas y siento como tu cabecita se encaja en el hueco de mi hombro... Tengo toda la vida para compensar esos instantes que tanto me dolieron y por eso estoy agradecida. Sé que hemos hecho un buen trabajo contigo y que te estamos dando los principios necesarios para que seas una gran persona. Eso no puede fallar, porque siempre estaremos a tu lado.

Vivir esta aventura de cinco años a tu lado ha sido increible y llena de recuerdos y emociones imborrables. Ahora iniciamos una nueva aventura en la que compartirás protagonismo con Joel, pero en la que vuestros nombres aparecerán siempre juntos, como juntos permaneceremos en nuestro hogar feliz. Te amo, vida mía.

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