Hoy hace quince días que nuestras ilusiones se frustraron para siempre. Es difícil incluso de escribir y de contar, pero siento que si lo hago podré liberarme aunque sea por un solo instante de tanto sufrimiento.
El día 20 de octubre fue un día normal. Recuerdo especialmente la tarde, porque había estado preparando nuestro nidito, con la música que había elegido para el parto, hablándole a mi Joel, acariciándome la barriga mientras imaginaba lo cerca que estaba el momento de tenerle entre mis brazos… Cenamos y charlamos un rato antes de subir a la habitación a ver la televisión desde la cama. A las 23 más o menos sentí una contracción muy fuerte y recuerdo que le comenté a mi marido que ya me veía entrando en Acuario y pidiendo la epidural. En pocos minutos, sentí como el dolor persistía y aumentaba, como si estuviera sufriendo un dolor gástrico fortísimo. Le dije a mi marido que se durmiera, que tenía que madrugar. No le quise alarmar porque pensé que era el inicio del parto y que quedaba mucho por pasar antes de emprender nuestro camino a Beniarbeig.
A los pocos minutos, comprobé que dormía y me levanté al baño. De repente, sentada en el wc sentí como se me endurecía la barriga de forma brutal y como mi bebé se movía bruscamente quedando clavado a un lado. Me levanté y me dirigí inconscientemente a su habitación, me senté en el sofá y en los siguientes dos minutos me di cuenta de que todo estaba yendo demasiado rápido. Cuando me incorporé para despertar a mi marido, sentí como si algo se rompiera y una humedad entre las piernas. Me levanté emocionada a la vez que llamaba a mi marido. Pensaba que había roto aguas y en un segundo me pude ver con mi niño en brazos y la felicidad en nuestras caras. Sin embargo, al llevarme la mano a los muslos, descubrí que lo que brotaba de mi cuerpo era sangre. Cuando vi la gran cantidad de pérdida supe que todo había terminado, pero me negué a perder la esperanza. Me senté en el wc de nuevo mientras mi marido, que no sabía la importancia de lo que estaba ocurriendo, llamaba a Acuario. Hablé con Fabio, el matrón que tan amablemente nos había atendido la semana anterior en nuestra visita. Me dijo que podía ir (estaba ya en la semana 36) o dirigirme al hospital más cercano. Cuando colgué sentí el sudor frío recorriéndome la frente y tuve la sensación de que me iba. Acerté a decirle a mi marido que llamara al 112, porque no me podía mover. Cuando traté de asearme, descubrí que la sangré estaba terriblemente coagulada. Cada vez la esperanza se escapaba con más intensidad, ante la mirada asustada de David y esa sensación que todavía conservo de que no podía ser más que una pesadilla.
Cuando llegó el SAMUR y me reconocieron, no dudaron en llevarme al hospital, donde afortunadamente me esperaban. En el mismo pasillo de urgencias me hicieron una eco y oí como el médico decía: “no hay latido, cesárea de urgencia”. De esos instantes de semiconsciencia tan sólo recuerdo cómo mi corazón se rompía en mil pedazos y cómo mi amor de madre me decía que no lo habían visto bien, que mi pequeño no podía haber muerto. Me llevaron corriendo al quirófano y ya apenas recuerdo la mascarilla y cómo me arrancaban el camisón a jirones.
No sé el tiempo que pasó hasta que me despertaron, pero sí las palabras que pronuncié: “mi bebé”. Lo siguiente, el rostro desencajado de mi marido acariciándome la cara como si fuera la última vez y pidiéndome que no le dejara. Yo tan sólo pude repetir “mi bebé”, mientras mi mente trataba de olvidar la realidad. “No hay bebé, cariño, se ha ido. Pero podrás tener más, todos los que quieras”. En ese instante, el mundo dejó de importarme, me quería morir, quería irme con mi Joel… No sé en qué momento perdí la noción de la realidad o quizá la consciencia, pero la siguiente vez que abrí los ojos, me trajeron a mi ángel. Era precioso, con una expresión de paz que me llevó a pensar que todo había sido un sueño y que mi amado hijo dormía plácidamente. Tenía bastante pelo y negro como el de su padre y unos rasgos pequeños y dulces. Quise que me lo acercaran, pero de repente un hilillo de sangré salió de su naricita y me volví loca de dolor. No pude volver de nuevo a aquella realidad y tuvieron que sedarme.
Horas después, estaba en la UCI luchando por una vida que no quería. No sabía lo cerca que estaba de marcharme junto a Joel. La sangre que había perdido, la hipertonía del útero y la salvaje coagulación de la sangre debida al desprendimiento prematuro de placenta, me provocaron un colapso general. Los riñones dejaron de funcionar, no recuperaba los niveles en sangre ni siquiera con las continuas transfusiones recibidas desde el quirófano y la tensión se me había descontrolado durante la intervención.
Fueron tres días de lucha hasta que me estabilizaron y me llevaron a planta. Allí hubo pequeñas complicaciones con la cicatriz, pero en general me fui recuperando bastante a nivel físico. A nivel mental empeoré muchísimo, porque el tener que encarar una realidad que jamás había imaginado vivir me superó por momentos.
Hoy, después de quince días, me levanto y miro el cielo, le digo lo mucho que le amo y empieza un calvario indescriptible. Nunca podré olvidar los ocho meses de felicidad que me dio, la sensación de vida, las ilusiones, los preparativos, el enorme amor que sentía, que siento y que sentiré siempre por él… No puedo soportar pensar que jamás le tendré entre mis brazos, que mis pechos no le alimentarán, que no podré escuchar su voz ni sentir su olor y su calor.
Si hoy sigo adelante es por mi marido y por mi hijo mayor. Ellos me dan la única razón para seguir adelante. Son mi rumbo y se merecen tenerme sana para que la vida se abra paso de nuevo. Ese amor es mi única paz cuando la injusticia del destino me ha quitado a mi pequeño, un bebé que busqué durante dos años y por el que pasé mil obstáculos.
Os cuento mi historia para deciros lo siguiente: es importante el “cómo” y el “dónde”, pero lo que realmente importa es el fin, el tener a nuestro bebé sano en brazos. De no ser por mi decisión de irme al hospital más cercano, no hubiera podido contarlo. El desprendimiento de placenta con final trágico ocurre en 1 de cada 1000 casos y se le considera una incógnita obstétrica, un accidente. Tengo mucha suerte de vivir, pero cada día que pasa siento un enorme dolor por ser yo quien sigue adelante y no mi precioso ángel.
El día 20 de octubre fue un día normal. Recuerdo especialmente la tarde, porque había estado preparando nuestro nidito, con la música que había elegido para el parto, hablándole a mi Joel, acariciándome la barriga mientras imaginaba lo cerca que estaba el momento de tenerle entre mis brazos… Cenamos y charlamos un rato antes de subir a la habitación a ver la televisión desde la cama. A las 23 más o menos sentí una contracción muy fuerte y recuerdo que le comenté a mi marido que ya me veía entrando en Acuario y pidiendo la epidural. En pocos minutos, sentí como el dolor persistía y aumentaba, como si estuviera sufriendo un dolor gástrico fortísimo. Le dije a mi marido que se durmiera, que tenía que madrugar. No le quise alarmar porque pensé que era el inicio del parto y que quedaba mucho por pasar antes de emprender nuestro camino a Beniarbeig.
A los pocos minutos, comprobé que dormía y me levanté al baño. De repente, sentada en el wc sentí como se me endurecía la barriga de forma brutal y como mi bebé se movía bruscamente quedando clavado a un lado. Me levanté y me dirigí inconscientemente a su habitación, me senté en el sofá y en los siguientes dos minutos me di cuenta de que todo estaba yendo demasiado rápido. Cuando me incorporé para despertar a mi marido, sentí como si algo se rompiera y una humedad entre las piernas. Me levanté emocionada a la vez que llamaba a mi marido. Pensaba que había roto aguas y en un segundo me pude ver con mi niño en brazos y la felicidad en nuestras caras. Sin embargo, al llevarme la mano a los muslos, descubrí que lo que brotaba de mi cuerpo era sangre. Cuando vi la gran cantidad de pérdida supe que todo había terminado, pero me negué a perder la esperanza. Me senté en el wc de nuevo mientras mi marido, que no sabía la importancia de lo que estaba ocurriendo, llamaba a Acuario. Hablé con Fabio, el matrón que tan amablemente nos había atendido la semana anterior en nuestra visita. Me dijo que podía ir (estaba ya en la semana 36) o dirigirme al hospital más cercano. Cuando colgué sentí el sudor frío recorriéndome la frente y tuve la sensación de que me iba. Acerté a decirle a mi marido que llamara al 112, porque no me podía mover. Cuando traté de asearme, descubrí que la sangré estaba terriblemente coagulada. Cada vez la esperanza se escapaba con más intensidad, ante la mirada asustada de David y esa sensación que todavía conservo de que no podía ser más que una pesadilla.
Cuando llegó el SAMUR y me reconocieron, no dudaron en llevarme al hospital, donde afortunadamente me esperaban. En el mismo pasillo de urgencias me hicieron una eco y oí como el médico decía: “no hay latido, cesárea de urgencia”. De esos instantes de semiconsciencia tan sólo recuerdo cómo mi corazón se rompía en mil pedazos y cómo mi amor de madre me decía que no lo habían visto bien, que mi pequeño no podía haber muerto. Me llevaron corriendo al quirófano y ya apenas recuerdo la mascarilla y cómo me arrancaban el camisón a jirones.
No sé el tiempo que pasó hasta que me despertaron, pero sí las palabras que pronuncié: “mi bebé”. Lo siguiente, el rostro desencajado de mi marido acariciándome la cara como si fuera la última vez y pidiéndome que no le dejara. Yo tan sólo pude repetir “mi bebé”, mientras mi mente trataba de olvidar la realidad. “No hay bebé, cariño, se ha ido. Pero podrás tener más, todos los que quieras”. En ese instante, el mundo dejó de importarme, me quería morir, quería irme con mi Joel… No sé en qué momento perdí la noción de la realidad o quizá la consciencia, pero la siguiente vez que abrí los ojos, me trajeron a mi ángel. Era precioso, con una expresión de paz que me llevó a pensar que todo había sido un sueño y que mi amado hijo dormía plácidamente. Tenía bastante pelo y negro como el de su padre y unos rasgos pequeños y dulces. Quise que me lo acercaran, pero de repente un hilillo de sangré salió de su naricita y me volví loca de dolor. No pude volver de nuevo a aquella realidad y tuvieron que sedarme.
Horas después, estaba en la UCI luchando por una vida que no quería. No sabía lo cerca que estaba de marcharme junto a Joel. La sangre que había perdido, la hipertonía del útero y la salvaje coagulación de la sangre debida al desprendimiento prematuro de placenta, me provocaron un colapso general. Los riñones dejaron de funcionar, no recuperaba los niveles en sangre ni siquiera con las continuas transfusiones recibidas desde el quirófano y la tensión se me había descontrolado durante la intervención.
Fueron tres días de lucha hasta que me estabilizaron y me llevaron a planta. Allí hubo pequeñas complicaciones con la cicatriz, pero en general me fui recuperando bastante a nivel físico. A nivel mental empeoré muchísimo, porque el tener que encarar una realidad que jamás había imaginado vivir me superó por momentos.
Hoy, después de quince días, me levanto y miro el cielo, le digo lo mucho que le amo y empieza un calvario indescriptible. Nunca podré olvidar los ocho meses de felicidad que me dio, la sensación de vida, las ilusiones, los preparativos, el enorme amor que sentía, que siento y que sentiré siempre por él… No puedo soportar pensar que jamás le tendré entre mis brazos, que mis pechos no le alimentarán, que no podré escuchar su voz ni sentir su olor y su calor.
Si hoy sigo adelante es por mi marido y por mi hijo mayor. Ellos me dan la única razón para seguir adelante. Son mi rumbo y se merecen tenerme sana para que la vida se abra paso de nuevo. Ese amor es mi única paz cuando la injusticia del destino me ha quitado a mi pequeño, un bebé que busqué durante dos años y por el que pasé mil obstáculos.
6 comentarios:
No sabes lo q provoca en mi tu relato. Una impotencia indescriptible, un dolor enorme, una pena gigante.
Sos una persona muy valiente, contar lo q te ha sucedido, es una muestra de ello.
No me salen las palabras, pero si las lagrimas. Linda, es una camino duro el q estas recorriendo, aferrate a Dios, a tu angelito q tenes el cielo, a tu esposo y a tu hijo, poco a poco volveras a ver la luz y una gran sonrisa se dibujara nuevamente en tu rostro.
Hoy, tenemos un angelito mas en el cielo: Joel.
un abrazo gigante.
Paty, no sabes el dolor que siento al leerte. Te juro que me quedo sin palabras.
Te deseo toda la fuerza del mundo para que el dolor merme y que la vida te recompense, que estoy segura de que lo hará.
Un beso
Gracias por leerme y acompañarme en mi dolor. Cada día es como un reto y espero que mi angelito me dé fuerzas para que nuestras vidas vuelvan a florecer en primavera.
Un beso
hoy llegué a tu blog por el foro de soy mamy bloguera, , comence a leerte porque tenias escrito dias contados de la pérdida de tu hijo Joel, pero cuando llegue aqui me desmorone por completo, he llorado todo el resto de tiempo que lei tu blog, y te admiro muchsisimo eres una mujer muy valiente, no tengo palabras para decirte como me siento en estos momentos pero si puedo decirte que adelante esta el camino que decidas tomar, Dios te tiene tu pequeño ángel guardadito en el cielo solo para ti, y se que él mismo te va a dar una nueva vida no desfallezcas que para Dios no hay nada imposible, un beso muy fuerte y de verdad te admiro un montón !!! ya verás que un dia de estos nos darás la buena noticia !! Dios te bendiga !!
Paty,que fortaleza mas grande,de haber podido contarlo y de haber vivido por tu familia...y pensar que uno a veces se queja de tener que seguir adelante,no sé si podría seguir un día sin mis hijos...
Fuerza,y mucha fuerza!!!!
Paty, hasta ahora no he descubierto tu blog, aunque por desgracia si tengo conocimiento de todo lo que has pasado y he de decirto que, aunque no te conozca personalmente y estés lejos, no te imaginas lo mal que lo pasé esos días, hasta saber que estabas estabilizada. Recordaba tanto tu mala experiencia de tu anterior parto en el H. Juan Ramón Jiménez que me dio mucha rabia todo...
Pero además no me resultó nada deconocida tu historia, ya que viví lo mismo con una amiga íntima, solo que cuando a ella le sucedicó quien estaba con ella no era su marido, si no yo. La casualidad quiso que fuera yo quien se la encontró en esa situación, por fortuna reaccioné rápido, me la llevé volando al hospital, y su niña no se murió por escasos segundos...y ella pues igual, ese día nació la hija y renació lamadre, y cada vez que lo recuerdo se me pone un nudo en la garganta que no puedo evitarlo.
Siento mucho lo que has pasado, pero es lo que dices, tienes un marido que seguro que lo ha pasado fatal y se hará el fuerte por tí, y tu hijo, para quien eres lo más importante.
Un saludito desde Huelva....
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