martes, 4 de abril de 2017

REENCUENTRO

       Han pasado más de cinco años desde el último post y no pensé nunca que volvería a escribir una palabra más aquí. Sin embargo, aquellas hojas que un día decidí dejar en blanco, hoy cobran sentido y hacen que venga al espacio en el que nunca me sentí juzgada y en donde fui tan libre para explotar de rabia y desesperación.
       Me fui pensando que mis palabras, leídas todas juntas, eran una canción demasiado triste y monótona. Hoy las releo, y me descubro a mí misma, a la persona que era y en la que me he convertido. Y realmente veo mi corazón abierto en canal, todo aquello que he ido sintiendo sin filtros ni cortapisas. Siento que quizá mis palabras puedan ayudar a alguien en mi misma situación, pero si tuviera que dar un consejo sería que cada persona es distinta y no hay una guía del duelo que sirva para todos. La mejor ayuda que nos podemos dar está en nosotros mismos, tan sólo hay que dejar que el tiempo pase y permitirnos las despedidas, las palabras, las luchas, todo aquello sin lo cual sentimos que no podemos vivir.
       Mi hijo del agua, mi estrella, mi querido Joel, partió en silencio, pero en un silencio tan potente como miles de instrumentos tocando a la vez. El dolor que me dejó su muerte fue lo más amargo que he tenido que vivir y daba igual lo que dijesen, daba igual la terapia, las miradas de pena, los silencios condescendientes, porque tenía que pasar mi duelo. Y no sólo yo, sino también mi marido y mi pequeño hijo. Nos cogimos de la mano y del corazón y construimos un nuevo presente, una vida nueva. Y a pesar de que, tal como escribí en las últimas entradas del blog, fue un principio difícil, lleno de nuevos obstáculos y de ilusiones en montaña rusa, hoy la luz del sol vuelve a brillar.
       En abril de 2011, hoy hace justo seis años, llegó nuestra bebé arcoiris, una preciosa morenita tan parecida a nuestro ángel... Su alegría, su sonrisa y su amor nos devolvieron las ganas de seguir adelante. Fue un embarazo lleno de miedo, de recuerdos, de intentar no ilusionarme por si acaso, pero sobre todo fue una cura y un renacer de madre. Como las otras dos veces, cerca de la semana 36 algo empezó a torcerse. Sin embargo, la ginecóloga que me llevó el embarazo decidió que era mejor unos días en incubadora que arriesgarnos a perderla y, así, en la semana 35+5 llegó mi "manzanita" con su carita redonda a enseñarme que la vida puede abrirse paso incluso en las peores condiciones.
       Y cuando creíamos cerrada nuestra familia, llegó inesperadamente nuestra última alegría, Althea, en noviembre de 2013. Recien cumplidos los cuatro años de la partida de Joel, en la misma época y con un carácter fuerte, recibí también en la semana 36 a mi rubia revoltosa.
       Podría parecer que las heridas del pasado, sin más, se cierran cuando se cumplen los sueños. Es verdad que el sufrimiento se va calmando y queda el dolor de la pérdida y el recuerdo de los buenos tiempos junto a la imagen de los más trágicos. Sin embargo, tras la partida de un hijo ya nada vuelve a ser igual, no se ve la vida como antes, se valoran otras cosas... Y había una página en nuestro libro que quedaba por escribir. La dejé en blanco porque no era capaz de plasmar en aquel momento lo que oprimía mi corazón. Quizá tenía miedo de que algún día lo leyeran mis hijos o mi marido y pudiera romperles el alma. ¿Cómo podría hacerle eso a las personas que más amo cuando vivir yo esa agonía ya era insoportable?
      "Volviendo a aquel horrible día 21 de octubre de 2009, la imagen de su mujer, su hija, su hermana, su amiga, tumbada en la blanquísima cama de la UCI, con los cabellos enmarañados y la mirada perdida en la tez pálida, sin apenas poder hablar y las lágrimas brotando sin cesar. Los médicos pendientes de ella, peleando por la única vida que les quedaba por luchar, a sabiendas de que ella no la quería ya. En esas circunstancias estaba él, rodeado de la familia de ella, pero sintiéndose solo, faltándole el abrazo de su propia familia. Acababa de perder a su hijo y su mujer estaba en peligro. Y de repente tenía que ser él quien decidiese qué hacer con el cuerpecito de su ángel. Siempre era ella la que tomaba el timón y hacía que todo fluyese. ¿Ahora qué?
       Se lo dijo delicadamente, con tanta suavidad que apenas era audible. Ella observó su dolor y su soledad y olvidó sus propios demonios para liberar a los que acechaban a su amor. Le facilitó el camino que tenía que recorrer y se condenó ella misma, probablemente para siempre. 
       Así fue como su precioso bebé del agua pasó a manos del hospital y éste se hizo cargo de su cuerpo sin vida. Y así fue como el alma de una madre se rompió poco a poco en mil pedazos. 
       Conforme iba pasando el tiempo, la necesidad de despedirse, de celebrar un homenaje con la dignidad que su hijo merecía iba oprimiéndola más y más. El dolor llevó el rencor a su corazón, el rencor hacia su marido, porque sentía que había sido un cobarde tomando la salida más fácil. Y qué difícil es amar a alguien y a la vez odiarle. Qué difícil sentir esa rabia y no podérselo decir, porque el amor por él y la necesidad de cuidarle estaba por encima de todo...".

       En dos ocasiones, una en persona y otra por escrito, le solicité al hospital información acerca de lo que se hizo con el cuerpo de mi hijo. Pero en ninguna de las dos me dieron respuesta. Y mientras la herida se abría inexorablemente.
       Pero al fin, después de más de cinco años, encontré a las Madres Libélula, la Plataforma por la dignidad del nasciturus fallecido. De vez en cuando veía su página y pensaba que no estaba sola en ese dolor tan intenso. Hace unos meses, la noticia de que la madre de Eloi había logrado encontrar el lugar donde descansaba su bebé del agua, gracias a la asociación, hizo que una pequeña esperanza renaciera en mí. ¿Podría ser yo una de esas madres?
       En cuanto me puse en contacto con ellas, tuve la sensación de que al fin podría cerrar ese capítulo. Fueron unas semanas de dudas, de remover viejos recuerdos, de pensar que nunca llegaría el final. El hospital, tras recibir la petición un poco reticente, empezó a interesarse y a colaborar. En poco tiempo teníamos la funeraria que se había hecho cargo. Ahí fue cuando el proceso se ralentizó, porque el tanatorio tenía que buscar en archivos considerados antiguos y no quería aportar una información que no tuvieran contrastada. 
       La noche del 31 de marzo, el mensaje de Mònica hizo que el corazón se me saliera del pecho. Habían encontrado a Joel. 
       Cuando la llamé apenas me salía la voz. Me contó que todas las partes habían sido muy amables y se habían implicado en mi caso. El cuerpo de mi niño había sido incinerado y sus cenizas llevadas a otro tanatorio del mismo grupo, donde se habían depositado en la Pirámide del Recuerdo. No me podía creer que tenía el sitio, que tenía el momento delante de mi, que podía ser libre.

       Ayer pusimos rumbo a aquel sitio tan bello. En un rincón de un precioso jardín y con una paisaje maravilloso de fondo, estaba la pirámide. Allí pudimos al fin dejarle unas flores y susurrarle el amor que sentimos por él, pedirle perdón por no haberle sabido proteger, decirle que nunca más estará solo. Lloramos juntos los tres mientras las niñas jugueteaban alrededor, como debía ser, con la naturalidad que siempre tuvo que haber. Ahora estamos juntos, aunque sea así. Ahora ya no hay rencor, sólo amor. Te amo, mi ángel, más aún ahora que me has guiado hacia la paz.

       Ayer empecé de nuevo, porque finalmente encontré la escalera hacia tu cielo. 

      
      

miércoles, 26 de octubre de 2011

Feliz cumpleaños, mi niño

Hace tanto tiempo que no escribo por aquí que me da incluso reparo hacerlo ahora. Cuando me despedí de este blog, lo hice de verdad, con el convencimiento de que era bueno para mi dejarlo. Sin embargo, la ausencia ha sido más en la parte de escribir nuevas entradas que en la de no entrar para nada aquí.

El día 21 fue tu cumpleaños, el segundo ya. Se supone que en esas fechas uno se acuerda de momentos maravillosos, y ahí radica lo extraño de esta situación. Yo te felicito, trato de imaginar una fiesta inolvidable a tu lado, de buscar en mi recuerdo un momento compartido cara a cara... Y claro, no los hay. No has tenido tarta, ni fiesta, ni regalos, pero para siempre me tienes a mi, que no te olvido, que no dejo de recordar lo que has supuesto en mi vida. Te amo incluso más que antes, porque siento que estás de alguna forma conmigo, que sabes cuánto te necesito y que algún día habrá un "nosotros" y será para siempre.

Joel, mi niño, no temas, mi vida ha seguido, te solté de la mano y se me desgarró el alma, pero sigo caminando. Antes no sabía hacia donde me conducía el devenir. Ahora camino siempre recto, hacia ti, con una sonrisa a veces alegre, pero siempre melancólica. No sabes cuánto te necesito, el enorme vacío que dejaste, las noches en que me acuesto deseando que vengas a verme en mi sueño, las mañanas en que abro los ojos y te busco.

Vengo a contarte al fin que tienes una nueva hermanita, Abril. Si supieras las veces que la miro y me pregunto cuánto de ti hay en ella... Se parece tanto a ti! Y es tan alegre y risueña que me pregunto si también tú sonreirías igual, si tus ojos serían azules como los suyos. Y en esos momentos en que me dejo ir, en que mi pensamiento es tuyo, encuentro la felicidad contigo, aunque ya no estés, aunque me muera de pena después. Ojalá todo fuera distinto, ojalá pudiera hacerte una tarta preciosa, regalarte tus primeros cochecitos, enseñarte los colores y las letras. Sin embargo, te regalo mi amor para siempre, y la promesa de que nunca dejaré que caigas en el olvido, mientras viva tu mamá. Y cuando ya no tenga vida, ven y enseñame tu cielo.

Te quiere,


Mami

jueves, 15 de julio de 2010

Hasta siempre

Probablemente ésta sea la última entrada de este blog que empecé con tanto amor e ilusión. Releo lo que escribí en estos años de sentimientos encontrados y creo que es hora de poner el punto y final.

No vengo por un impulso, al menos no esta vez. Vengo tras haber meditado y tras haber cambiado algo fundamental en mí. No ha sido un proceso rápido, sino progresivo y a base de mucho sufrimiento. He sido sincera en mis acciones y en mis reacciones, he vivido intensamente las alegrías y las penas, he soñado hasta quedarme sin sueños. Y cuando, finalmente, me he quedado vacía, ¿qué me queda?

Ayer, como es de imaginar, perdí a mi bebé. Bebé, qué palabra tan simple y tan bella a la vez. Se ha llegado a convertir no en una palabra, sino en la palabra. Y viendo como se perdía entre mis muslos de nuevo lo que más deseaba, sintiendo que mis lágrimas eran viejas y que la tormenta se avecinaba de nuevo..., decidí cambiar mi rumbo. He entendido que este barco no me lleva a tierra firme y el mareo es demasiado intenso ya en alta mar. Es hora de coger bien fuerte el timón y sentir de nuevo como el viento fresco de la vida, en ocasiones a favor, en ocasiones en contra, me lleva no a un paraíso soñado, pero sí a la línea de salida.

Hoy no vengo a hablar de lo que siento físicamente, ni siquiera de lo que he llorado ante esta nueva desilusión, sino a explicarme, aunque sea a mí misma, que he alcanzado un punto de inflexión, que debo parar y sentarme a pensar en lo que es hoy por hoy importante.

La maternidad ha sido para mi un camino dulce a la vez que espinoso. Xavi fue un regalo de la vida en el peor de los momentos. Y lo disfruté tanto, a sabiendas de lo mucho que me había dado el cielo al permitir que viviera cuando todo estaba en nuestra contra. Fueron momentos de mucho dolor, tanto físico como mental, pero con un final dulce. Habíamos ganado, ahí estaba mi precioso hijo venciendo a todos los malos augurios.

Si pudiera detener el tiempo, lo haría precisamente en ése momento, antes de que todo empezara a torcerse. No fuimos lo suficientemente valientes como para que nos resbalasen los comentarios de los demás. Si por nosotros hubiese sido, enseguida hubiésemos repetido. Sin embargo, decidimos escuchar a los “mayores” y dejarlo hasta que Xavi tuviese tres años, como si una cifra fuese tan importante. Me sentí frustrada entonces y me siento más frustrada ahora. Lo deseaba intensamente y, sin darme cuenta, ese lapso de tiempo absurdo se convirtió en un via crucis, marcado no solamente por la espera de la espera, sino por los acontecimientos que se precipitaban.

Luego llegó el momento en que empiezo esta historia. Y han pasado más de tres años desde entonces. He visto crecer a mi niño, disfrutar de la vida, ser feliz, aprender a leer y escribir, graduarse en infantil, besarme hasta dejarme sin aliento, acariciar mi vientre lleno del latido de su hermano, llorar desgarradoramente ante su muerte, asumir la importancia de lo ocurrido y ayudarme a salir adelante. Le amo, le amo tanto como para detenerme y decir BASTA. Quiero ser yo la que presencie cada una de sus expresiones, de sus suspiros, de sus bostezos... Quiero ser yo la que antes de dormir siga contándole historias divertidas y que me siga pidiendo nuestro momento especial con esos ojos que siempre han iluminado mi vida.

No sé por qué he tenido que vivir estas pérdidas, sobre todo la de Joel. Ni siquiera me propongo seguir pensando en el motivo, porque creo de verdad que no lo hay. Los médicos me harán todas las pruebas necesarias y es probable que encuentren a donde agarrarme, pero yo hoy decido agarrarme a Xavi, a David y a mi gente. Alguien que sufrió tanto como yo dijo aquello de que a veces donde se espera la vida, se halla la muerte. Cuando tenga que dar vida de nuevo, si es que eso ocurre otra vez, quiero que la historia que cuente sea bella y que cuando la relea sienta paz y armonía. No borro mi trayectoria, pero dejo unas hojas en blanco para que algún día pueda recuperar lo que ahora no tengo: ilusión.

Me despido llena de agradecimiento a todas vosotras, que habéis sido un apoyo enorme y que os habéis puesto tantas veces en mi lugar para ayudarme. No os olvidaré nunca, pero de momento me despido, es hora de vivir.

No siempre las historias tienen un final feliz...

A Joel, que se quedó en mí hace ocho meses, tres semanas y tres días.

sábado, 10 de julio de 2010

30 de junio de 2010

Querido Joel,

Te escribo esta carta que nunca recibirás para decirte que vas a tener un hermanito o hermanita. Ha sido, no una sorpresa, pero sí una sensación desconocida de contención a la vez que de alegría. La ilusión y el disfrute ya son otra cosa, porque creo que ésa es la parte que se fue cuando te marchaste. Para mí el embarazo que ahora empieza no es más que el puente hacia una nueva vida, pero ya nunca más una situación de ternura y esperanza emborrachada de triunfalismo. Amo a este nuevo bebé con la misma intensidad que a ti y que a Xavi, pero mientras no le tenga en mis brazos no quiero pensar demasiado, ni sentir tanto como contigo, sino tan sólo que pasen estos meses de angustia lo más rápidamente posible y que esta historia empiece a escribirse como corresponde: desde su piel hacia la mía.

Quiero pensar que algo de ti estará ahí, que velarás por nosotros y que no permitirás que el dolor tiña de negro nuestras vidas que tanto han cambiado desde aquel fatídico día en que dejaste mi seno y te arrancaron para siempre de mí. Te quiero, hijo mío, te quiero con toda mi alma. Nadie ocupará tu lugar, ni habrá un segundo hijo que no seas tú. Y hasta el último de mis días te tendré en mi pensamiento y en mi corazón.

Ahora sé que no tengo que pedirte perdón, porque mi pena la pagué con creces durante mucho tiempo. No pude hacer nada por salvarte, puesto que ni mi vida pude entregar por ti. Sin embargo, he pagado con el dolor físico y el mental una sentencia que tú no me impusiste. Hoy vengo a darte las gracias, porque me has cambiado, porque me has hecho mejor persona y porque tu paso por nuestras vidas ha sido precioso y siempre lo recordaremos por eso. El dolor no eras tú. Tú eras la luz y el camino llano que conduciría mi vida. Gracias, Joel, porque ahora sé bien el valor del amor.

Algún día, nos volveremos a encontrar en la misma luz en la que te dejé y te abrazaré para siempre, pero mientras tanto voy a mirar hacia delante y a seguir soñando con los pies un poquito más en la tierra.

Tu madre que te quiere,

Paty

viernes, 11 de junio de 2010

11 de junio de 2010

Himno al Amor:

“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.

Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.

Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.

El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.

Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.

Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.

En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor”.

Carta de San Pablo a los Corintios 13, 1-13

Hoy me he acordado de este pasaje, el que elegimos para nuestra boda y he pensado en aferrarme a ello, aunque sea solamente por un día. El AMOR es tan grande que sobrepasa todas las barreras, incluso las físicas.

miércoles, 9 de junio de 2010

9 de junio de 2010

Sí, es cierto, mucho tiempo sin decir nada... Y sí, había mucho que decir, muchas cosas que contar, pero pienso que no lo hice por miedo a que algún día al leerlo me pudiera sentir mal, avergonzarme o, simplemente, recordar estos momentos que una quiere que desaparezcan a la vez que el sólo pensamiento de que eso ocurra se clava como un puñal en el corazón y, cómo no, en el vientre.

Confieso que he tenido miedo, que he sabido lo que es perder totalmente el control sobre mi vida, mis actos y mi pensamiento. Ha sido un proceso lento, lleno de altibajos y de presión, mucha presión para que me recuperara. No era el momento para muchas de las cosas que hice. Y no es culpa de nadie, sólo mía, el que me mostrara más fuerte de lo que en realidad era para seguir adelante. Es verdad, no soy más que un ser humano. Y además ahora lo soy desde la parte más irracional, desde las entrañas, desde el fondo mismo. Me siento como una niña que aprende de nuevo a andar y que cae continuamente mientras ve la vida pasar por su lado y la impotencia la paraliza.

Lo más triste es ver cómo el mundo sigue girando y yo me quedo contemplando esa vida como si no formara parte de ella. Cuando me cuelo por casualidad en uno de esos vagones abarrotados de gente, apenas llego a la siguiente estación, salto y me refugio en el primer rincón de soledad. Y entonces empieza la pesadilla: la sangre, el dolor, el miedo, la ambulancia, "no hay latido", gente con mascarillas corriendo y arrancándome la ropa, la mesa fría, la mascarilla de oxígeno, las lágrimas de David, el rostro de mi bebé muerto... Una y otra vez, una y otra vez, sin parar. Siento como me ahogo, como se me escapa la vida, me veo en la UCI, la cara de preocupación de todos, el inmenso dolor de aquello que no se puede expresar, el no saber dónde está mi niño... No le pude dar el final que merecía y no descanso pensando que no es justo, que al menos merecía saber dónde está y poderle llevar flores y cantarle una nana en su sueño eterno. Le necesito y me agarro a los coletazos de lo terreno, porque todo lo demás es incierto, es inalcanzable...

NO SOY FELIZ, me siento atrapada en una rutina que me agobia y sólo quiero estar sola. Cuando me aislo, por un instante siento paz, pero al siguiente me siento la peor de las personas, porque no puedo perderme ni un segundo del hijo que me queda, de mi precioso niño que sufre por mi causa, porque no soy capaz de darle lo que se merece tanto, porque no soy capaz ni de dármelo yo misma. Y en medio de este infierno, pasa el tiempo y yo me quedo, me alejo de la realidad mientras me desplazo por ella.

Empecé la búsqueda y apenas pienso en ello. Me limito a tomarme el tratamiento y ya está. Ni siquiera me deprimo cuando me viene la regla. Siento ilusión de vez en cuando, pero lo justo hasta que de nuevo empiezan las pesadillas, de noche o de día. Trato de imaginar el momento en que me quede embarazada, las cosas que haremos, el día en que nazca... Y entonces, de nuevo, veo la muerte, el dolor, la desesperación. Lo escribo y lloro, y me ahogo, y no sé cómo superarlo.

jueves, 22 de abril de 2010

22 de abril de 2010

Cuántos días sin contar nada! no será porque no ha pasado nada...

Empiezo por contar que tuve un microaborto, que lo pasé mal, pero no tanto como pensaba. Supongo que hace tan poco de "la gran pérdida" que lo he minimizado. O es que cuando escribo quiero transmitir paz donde no la hay. No sé, pero cuando me leo y trato de imaginar que es otra persona, a veces siento como si fuera fría, demasiado dura e insensible. Me da un poco de rabia, porque no es así como lo siento. Lo cierto es que dentro de mi presentía que no iba a ir bien y eso me ha ayudado a digerirlo.

Finalmente, me decidí por comenzar el tratamiento con Omifín de nuevo. No porque sienta la desesperación de antes por embarazarme, sino porque veo que seguramente sea lo mejor para mirar hacia adelante. Me hace relativa ilusión, porque por un lado es un sueño tan hermoso..., pero por otro lado, me da tanto miedo exponerme que no dejo de pensar en el momento en que vuelva a sentir la más mínima molestia. Es eso estar preparada? No lo sé, sinceramente, pero entonces no sé cuándo dejaré de sentirme así para reanudar mi vida en todos los sentidos.

Así que nos hemos lanzado y ya he ovulado. Contra todo pronóstico, este ciclo ha sido normal, como si nada hubiera sucedido. Ahora la suerte está echada y quedan dos semanas por delante de intentar no pensar y de tomarme la progesterona por si acaso. Fe? la justa, para qué engañarnos. No tengo ganas de pasarme los ciclos como en una ruleta, girando alrededor de un mismo eje. Eso no fue vida y no quiero que vuelvan a pasar los meses sin que haya hecho nada más que pensar en ver un positivo. Tengo seis oportunidades con Omifín, si no lo consigo así, ya pensaremos lo que hacer, pero no antes. Quiero hacer más cosas y darle a Xavi una estabilidad emocional, no una madre que cambie de humor según el color de una tira reactiva.

No puedo dejar de pensar en Joel y desear que allá donde esté nos ilumine y encontremos el camino hacia la felicidad.